¡Cuánta espuma! Hay como manchas desgarradas con furia, y se levanta, empujada por el viento, una parte de la brisa, arrastra cuanto puede y rompe. Y nunca se termina. Ella es eterna, hermosa, violenta, única y tiene, lamentablemente, un mal juicio. No mira cuanto rompe, cuanto desgarra a su andar, empujada por el viento puede derribar lo que sea, y se deja hacer, sin reparo alguno. Es interminable, no me alcanza la vista, no hay otro lado, su único límite es el cielo. Quise llevarla conmigo, hice un gran esfuerzo realmente, absorbí cuanto pude, junté litros de ella, y aún así, sólo me quedé con partes de si misma; no está completa y me da una gran tristeza, tantas ganas de llorar que tomaría su mismo estado, sus mismas partículas, hasta convertirme y confundirme en el mismo líquido.
¡Pero cómo no recordar el principio! ¡cómo borrarlo! Fue lo mejor que tuve, fue la felicidad, el éxtasis, la pasión inigualable, mi locura. Pero claro, los demás…
Yo me protegía, lo admito, solo observaba a la distancia en un principio, y el vendabal era sorprendente, la forma en que rompía, la manera tan violenta de lo que quedaba pegado como la espuma; se deshacían en ella, se perdían, evaporaban !ay de ellos¡ yo solo observaba y disfrutaba, como en una llovizna, sin quedarme empapado, impregnado; así podía continuar, un tiempo, claro, un tiempo, porque después, no quedó otra: había que arriesgarse a la posibilidad de ahogarse o huir, ya era demasiado tarde para huir, y soy terco como la roca en la que rompe. Los primeros meses, nos acomodamos como pudimos, con limitaciones personales, uno al otro. Intransigente fue el paso del tiempo y produjo algo inigualable, pero todo fanatismo conlleva a la enfermedad, a actos que de tanta pasión rompen con la cordura, y así fue, pero no saben cuanto lo intenté, realmente no saben, hubo tormentas, tempestades, distancias y siempre, cayendo y golpeándome, lograba ponerme en pie, para seguir, siempre para seguir y volver a verla levantarse, así, tan feliz como si volara, y yo disfrutaba esos momentos, aunque supiera que, luego, iba a romper otra vez con un gran martirio sobre mi mente. Yo no pude elegir, llegó un momento que sentí a Sartre un gran farsante, yo ya no estaba eligiendo, moría por ella, no había yo sin vos, y la espuma fue ganando terreno, la sal fue impregnando mi cuerpo, y cuando ya no daba más: desapareció.
La busqué claro está, pero no estaba ahí, lamentaba su partida, me desesperaba no escuchar el ruído, tocar sus formas, sentir sus curvas abarcándome completo, rozando mis piernas, tocando mi cara, mojándome entero con su esencia; pensé en no seguir, y era, este pensamiento, la mayor huida de mi vida, buscar ese límite del cielo en sus formas eternas, y olvidarme, olvidarme de las manchas desgarradas con furia, de las cosas que se arrastraban en ella, de la fuerza con que quebraba, ahora, mi ser. Y cuando, convertido en mi propia sombra, apuraba los pasos al filo de un final, ella volvió, todo terminaba y ella volvió, fue la felicidad, la pasión, el amor que no pudo destruir el tiempo, y yo lloraba de alegría por dentro, y me empapé de ella, recobré sus formas, y nuevamente soñé, soñé como hace meses no soñaba. Pero, inextricable como toda marea, esta vez se acercó decidida a ahogarme, yo no lo sabía, quizá ella tampoco lo sabía, así que la llevé al primer lugar donde la conocí, solté litros de ella, sus manchas, sus brumas y sus formas e imploré al viento que la arrastrara lejos de mi vista, pero todo fue en vano, en el momento que, agotado, lanzaba las últimas gotas, un malestar se apoderó de mí, me quedé sin fuerzas y golpeó sobre mi frente, toqué la tierra, di vueltas y vueltas sobre el fondo, y ni bien logré salir, volvió a golpearme...
fui arrastrado mar adentro.
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