miércoles, 2 de septiembre de 2009

El Salto





¡Salté! Justo cuando ya estaba por llevarme el tren. Y me quedaste mirando, con rabia de estación, de vagones llenos, de caras apretujadas contra el vidrio. Era el momento, en otro tiempo no hubiera podido, se me cerraban las puertas, sensación de una suerte de letargo esquizofrénico. Y entonces, desvarié en el pasillo, me confundí de brazo, luego el hombro no estaba en su lugar y finalmente la boca era una quimera.

Me quedé en el río, el salto me llevó directo, y vos me mirabas en el tren con cara pasmosa, de regreso de ciudad, de virulenta idiosincrasia de la que no estabas segura, y en el otro estrecho, yo salté. Aún no sé, no me decido, es demasiado peso la elección, dos caminos, dos destinos, salto, me quedo. Pero claro, el río no tiene tus gritos, y soy una persona solitaria. Decididamente conflictuada en espacios abiertos.

La botella de ron lagrimeaba, acostada, sus últimas gotas. Me quedé dormido en la arena…1842, Enrico da la orden de ir al frente, 450 hombres que ya estamos muertos antes de levantar el fusil, me borran el nombre, caigo herido, casi creo que ya estoy caminando sobre otra vida, pero ellos hablan tan fuerte que me irrumpen el sueño, luego nos arrastran por el lodo, preguntan cosas en alemán que no alcanzo a entender, las palabras transparentes no me sirvieron de nada. Ahora caigo al campo, me escupen la cara ¿y ahora qué hago? ¿así, maniatado, con una bala en la pierna y el pensamiento en otro lugar? ¿Les explico que lo único que sé es –y no muy bien- escribir cuentos? Me callo, me la banco, que le voy a hacer, no puedo moverme, me patean las piernas, y Woher kommst Du? Y luego Freut mich Dich kennengelernt zu haben, pero me patea el hijo de puta, Si me soltara un poco la cuerda, no sabés.
Se hace de día, debo haber dormido un siglo. Por suerte sigo en la arena, y no dentro del río…

Ya habrás bajado del tren, mordiendo los dientes, puteando, con la rabia al cuello, y el orgullo embarrado de venganza.

No sé si hice bien en saltar del tren sabés, pero tus gritos me dolían más que el balazo en la pierna...pronto miraron al cielo, una seña, y me dejaron tirado, atado, a la intemperie y librado a la suerte (o a la muerte) Dos aviones cruzaron el campo, pronto una lluvia de fuego, la tierra se levantaba en fragmentos y se esparcía a distancias de nosotros, entre el pelo, el casco partido de Agos, el brazo quebrado de Ivano y tu sonrisa; no lo vi venir, fue un estampido, las ráfagas pasaron sobre el casco, luego él cae, el fango, la frágil frontera y vi el final, tus ojos, tus labios, tu piel, los besos.

Todo se borró en un salto y te quedaste mirando las vías, con ese estado de shock tan lamentable, y tu cara empapada de rojo.



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