Algo se rompió, se escucharon ruidos, cristales desechos, cuerdas destrozadas por un inexperto, una melodía interrumpida, un portazo final. Algo se rompió esa noche, nunca pensé que podía transitar caminos así, tenerle miedo a la luz, al cielo de vidrio, a la puerta que tomó prisionero mi dedo y, en especial, a mí mismo. No pensé que podía temerme. Yo, tan pensante, y ya no pensar, ya perder completamente perdido; desorbitados los sentidos, la valentía que enmascaraba la soledad quebrada, y la risa que ultrajaba entre licores cerrada, y tan solo yo, temiéndome temer; caminar en círculos, luego líneas rectas hasta la pared fría, mojada, llovizna incesante, llorisqueo horrible de mi alma afuera. Volver a la pantalla con los ojos hinchados y verla donde no me ve, y puede decir sin escuchar el ruido de la gota que se escapa, huyendo del musgo, liberándose del cuerpo, rumbo al piso, y explotar contra el suelo, como saltaron los conejos, como saltó él sabiéndose perdido. Del diez al once hay un abismo, era demasiado -¡cómo lo entiendo!- , y entonces saltar, la estación última, el final brindado a merced del contexto. Y leyéndolo me leía, ambos nos mirábamos, desde las páginas a la realidad, de la realidad a las páginas y la historia análoga se fusionaba en el final, el mismo de la gota (que ya es otra, y la misma) buscando zafarse de mí, de la terquedad con que la miro sin saber que la observo. O peor, sin importarle ya. Buscar el sueño, los ojos ciegos y otra realidad sin cosmos, que es librada al azar. Pero no hubo, no había, no. Nada de eso, seguir en cuerpo doliente, entre sábanas cada día más grandes, ofuscadas de estar conmigo, siempre conmigo, siempre. Y entonces lo temido comenzó a acercarse y regresión de mis años, abrazando mis piernas, buscando algo que esté fuera de mi, capaz de pelear con fantasmas ¿Quién era? ¿Qué era? Hacer, algo se debe hacer con eso y encima las gotas no cesaban. Y no poder volver, carajo. ¡Qué difícil se hizo! Extraviado veinte años, donde los fantasmas sí tenían peso, pero estas caras eran distintas, gota sobre gota, no dan tregua las malditas. Y pasar de lo interno a lo externo, cefaleas, tensiones, fiebre…levantarme buscando salida y la puerta se cierra y temiendo lo temido, me perdí. La oscuridad sofocante, el silencio horrible, tu ausencia, tu ausencia, y las gotas emprendieron la batalla, una tras otra, una tras otra, no dan tregua, no.
Esa noche pensé que no salía, que quedaba perdido para siempre, y temiéndome prisionero de lo involuntario, gobernado por la irracionalidad, sin recursos, sin sueño, sin vos, sin mí, finalmente desperté.
La mañana y su rutina me salvó de mí, de lo que ya no era, de lo que ya no soy.
Sé que algo se rompió esa noche, una melodía interrumpida, un portazo final.
Ya nunca podré ser el mismo.
3 comentarios:
Diego! Me lo devoré! Lo releí un millón de veces, me dejó sin aliento. Bello, desesperante, doliente. Muy bueno.
Gracias compañera! usted sabe, por escritora (y de las buenas), que en el arte de escribir los estados "dolientes" son a veces los más apasionados a la hora de plasmarlos en una hoja, y tal vez los más auténticos.
Sobre una mujer que publicaba y no escribía mal pero desesperaba por ser reconocida como escritora, dijo, Lamborghini, una vez: "Pobrecita, escribe para salvarse y no sabe que esto es para perderse". Concuerdo con ello. Muy distinto es escribir con pasión que escribir para Best-sellers y aplausos.
Muchas Gracias por tu comentario, Pame!
Un aplauso para Lamborghini y para vos, pues! Querido, las palabras te poblaron el alma. A perderse con ellas, entonces.
Saludos!
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