No hay forma de contenerlas. Nos miraban espantados. Es que no esperaba escupirlas ahí. Pero sino comenzaría el dolor en el estómago, las punzadas agobiantes del silencio, un crepúsculo del cielo imposible de acallar. Fue repentino, cayeron arrodilladas, pronto encontraron salida, vertiginosas, desinhibidas, impropias. ¿Esperaban acaso que las ahogue? ¿Que las sumerja hasta que, civilizada-mente, se parezcan a todas? Cómo adherir a semejante atrocidad ¡Qué salgan! ¡Qué molesten! Buscaré la forma de acomodarlas, les daré mi confianza, me las apropiaré. No serán huérfanas, no.
Todo comenzó aquella noche que buscaba tres números impares y esa silueta distraída embelesando la noche. Pronto esa estructura que parecía la vida, pero que no era LA VIDA. Y un pie desnudo manifestando el absurdo de ese orden lineal. Ese falso orbe infinito y cerrado ¡cómo tolerarlo!
Inés tuvo un pliego desesperado, de incomodidad, de desatino. Confundió buenas costumbres con hipocresía (es que tanto se parecen) Tiró un salvavidas hacia ningún náufrago.
Me dio por reír, ella no era siempre así ¿Porqué se vio en la necesidad de salvar/me (se/nos)? Su condición de espejo, claro. Un berrinche ante su gente hubiera sido el ocaso para su forma. Su ocaso.
¿Mi reacción? prender un cigarro; ver como se desataba la tormenta. Contemplar las burbujas del vaso, que ahora se desesperan buscando la superficie, chocándose, suicidándose entre ellas para alcanzar el aire...un instante puede justificar toda una noche. Y esa noche era insalvable.
Luego, quedé callado, porque se arremolinan con las palabras, prisioneros de un lenguaje sin saberlo, y buscan la manera de arrebatarse, de salvarse de ese palabrerío inútil que no saben manejar, y aún sabiendo no alcanzan a distinguir el hueco existente de las no-palabras, lo innombrable, lo que se escapa, como las dandyselas extravóticas del desinteresbramiento ocumilar de las imageneras.
Vuelvo a reír. Ahora me miran raro, como si no fuera yo, ese yo que dijo y no dijo lo que ellos ya saben pero prefieren no escuchar. Y ese Otro comienza a hacerles un ruido insoportable, lo sé por sus caras, sus muecas incontrolables, el revoloteo incesante de los ojos que miran a cualquier parte queriendo saltar rápido de esa escena...pero culpen a las estructuras, a las construcciones si lo quieren (en el mejor de los casos, a hacerse cargo de su sí-mismo) Simplemente desprendí una venda, nada más.
No hay formas de contenerlas. Las palabras digo, cuando hay que escupirlas nada peor que la auto-censura; ¿no medí las consecuencias? tal vez, tal vez...
pero qué importa ya; ahora me mira con rabia y los presentes quedaron desconcertados...no hay réplicas, solo silencio y dudas, solo dudas y silencios.
Mientras,
ellas saltan,
desordenan la mesa,
tiran por la borda tanto formalismo de bolsillo,
ríen,
disfrutan tánto como las burbujas en el vaso,
saben bien que les daré mi confianza...
y no serán huérfanas, NO.
-Finalmente, Borges, usted tenía razón. Qué abominables son los espejos.-